Para entender la Decolonialidad*


Como bien sabemos la época del colonialismo fue un tiempo de cruenta violencia de los países europeos sobre América, Asía y África, que tuvo su momento más álgido entre los siglos XV al XVIII. Fue un tiempo de barbarie que se caracteriza, entre otras cosas, por el saqueo, explotación de recursos y esclavismo. El dominio europeo sobre los pueblos colonizados se dio en distintas dimensiones: militar, política, cultural y económicamente. Desde el punto de vista cultural, por un lado, la religión de los colonizadores jugó un papel preponderante y, por otro, la destrucción de la cultura y las creencias de los colonizados.

En el siglo XVIII, teniendo como precedente la Ilustración, sucede en Europa una fuerte revolución cultural y política, que para el siglo XIX se extiende a América. La caída de las monarquías y el surgimiento de los Estado-Nación, el declive del absolutismo y el ascenso del Liberalismo, en suma, la ruptura con el viejo régimen (Ancien Régime) y el anuncio de un Nuevo Mundo, tiene diversas repercusiones en las colonias y es el precedente de las posteriores independencias, en el caso de México entre 1810-1821.

Con la progresiva independencia de las colonias, se podría pensar que terminarían los efectos de la Edad Media que se extendieron en el Colonialismo, sin embargo, la impronta cultural y el debilitamiento político y económico durante estos siglos de sometimiento, tendría secuelas importantes en los nuevos países “libres”. Antes que nada, el tránsito del régimen de gobierno virreinal a la instauración de los Estados-Nación republicanos fue una etapa truculenta al interior de los países por las luchas intestinas entre facciones que querían hacerse con el poder, como diría Gramsci, un interregno en donde lo viejo no termina por morir y lo nuevo no termina por nacer.  

La unidad nacional y lo que implica representó un reto político y cultural que tuvo un alto costo. El santoral católico se complementó con un santoral laico integrado por los héroes de la patria. El misticismo de sus proceres los elevó al nivel de mito, la osadía de sus proezas se convirtió en leyenda, el amor a la patria se convirtió en el nuevo mandamiento equiparable al amor a Dios y sobre la base de esta mitología surge el metarrelato del crisol de las razas y la cultura, el cual produciría el antagonismo constituyente de nuestras sociedades latinoamericanas, esto es, las condiciones y elementos que en el campo discursivo (relato) se suprimen y son forcluidos del registro simbólico, pero que retornan de manera distorsionada y virulenta imposibilitando lo que la metanarrativa (Grand Récit) determina.

La metanarrativa de las naciones independientes (crisol de las razas, nacionalismo, progreso, libertad) que tiene como ideal antropológico al ‘mestizo’, suprime la diversidad étnica, las diferencias de clase, genero, sexuales, de condiciones materiales, entre otras. Los proyectos de integración y modernización, entre los que se encuentra el proyecto educativo de la nación, fueron la mascarada de la homogeneización y la exclusión de la diversidad (sexual, étnica) como si fuera un lastre o el vestigio de un pasado vergonzoso (últimamente como folclorismo).

A pesar del establecimiento de la república liberal como forma de gobierno, la integración nacional y la modernización tuvo como efecto formas de segregación que continuaba de algún modo la diferenciación y jerarquización social colonial, donde las mujeres, indígenas, homosexuales y pobres son considerados ciudadanos de segunda categoría, sujetos sin voz, sin capacidad de decisión, sin derechos o de iure, pero no de facto. En suma, el eurocentrismo y -en el último medio siglo por la globalización neoliberal- la americanización de los valores, de las formas de vida (style of life), de la cultura, el conocimiento y de los ideales de ciudadano y sociedad, son el signo de la dependencia y sometimiento a Europa y EU como impronta (imprinting) de la matriz colonial del poder.

Ahora bien, en la actualidad 17 naciones continúan bajo el régimen colonial (ONU, 2020), sin embargo, aunque la mayoría de los países del mundo son independientes, el modo de producción capitalista ha creado nuevas formas de extractivismo, esto es, de explotación de recursos naturales y materias primas, de los cuales se apoderan las grandes potencias por la vía de la presión económica, guerras de baja intensidad, desestabilización social, implantación de regímenes dictatoriales o autoritarios que a cambio les ceden los recursos (véase el caso de la Operación Cóndor o los Regímenes impuestos en África) o por negociaciones en condiciones desiguales con los países que los poseen. (Para profundizar en este tema consúltese: Chomsky, 2007 y Stiglitz, 2002)

Si bien es cierto que en casi todo el globo se ha abolido la esclavitud, existen condiciones estructurales y económicas que producen nuevas formas de explotación y esclavitud. Luego, a pesar que a nivel jurídico (de iure) se ha alcanzado el reconocimiento, los derechos y leyes en favor de las mujeres, las minorías étnicas y raciales o de los individuos de la diversidad sexual, socialmente persiste un alto grado de discriminación religiosa, sexual, étnica, racial; expresiones de etno-xeno-homofobia, aporofobia, misoginia, machismo y diversas formas de violencia relacionadas con estos aspectos. Según la COPRED (2021)

En la Ciudad de México (aunque los datos a nivel nacional son coincidentes) la principal causa de discriminación es la pobreza y las personas más discriminadas son las de piel morena, de acuerdo con los resultados de percepción de la Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México (EDIS), elaborada por el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación, COPRED. A diferencia de la EDIS 2017, cuando las principales causas de discriminación fueron la educación y las preferencias sexuales, ahora la pobreza (16.4%) y tener piel morena (16.2%) encabezan la lista. (Cursivas mías)

Estos son algunos de los elementos y dimensiones características de lo que diferentes pensadores han denominado Poscolonialismo y estas condiciones históricas y objetivas de las sociedades han provocado una serie de reacciones y resistencias en diferentes ámbitos artísticos, intelectuales, científicos y académicos; en algunos sectores de la sociedad civil y, aunque antagónico, en espacios institucionales nacionales e internacionales, donde se piensan y discuten alternativas; se crean estrategias, programas y proyectos para contrarrestar y transformar estas circunstancias.

Y ahí, en el seno de la resistencia surge el Decolonialismo, un movimiento Latinoamericano como crítica a la modernidad colonial, que tiene sus bases en la teoría crítica del pensamiento latinoamericano (feminismo, teología de la liberación, epistemologías del sur, multiculturalismo, interculturalidad) y propone crear una modernidad alternativa o -según propone Enrique Dussel (2012), una Transmodernidad. El decolonialismo busca crear otras matrices epistémicas, culturales, políticas, identitarias; formas distintas de pensar al humano, de relacionarse socialmente (nuevo contrato social) y de relacionarse con el planeta. Alternativas que se piensen desde, para y con los desposeídos, los excluidos y relegados, los oprimidos, que sufren las injusticias y la violencia del sistema-mundo capitalista moderno y colonial. Para ello se requiere de una acción política y pedagógica de gran envergadura, es decir, una contraofensiva ontológica y de formación.

La educación decolonial tendría un papel preponderante en este proyecto, pues consistiría en impulsar un modelo antropológico (de humano y ciudadano) que recupere nuestra identidad latinoamericana, lo que requiere, transformar la currícula, rearticular los conocimientos, recuperar los saberes y creencias de nuestras culturas y proponer categorías explicativas/comprensivas propias de nuestros contextos; transfigurar nuestro sistema axiológico, retomando los valores comunitarios característicos de nuestras raíces milenarias. Enseñar las formas que nuestros ancestros americanos se relacionaban con la naturaleza y reubicar nuestro lugar correspondiente dentro del cosmos.

Una pedagogía y educación decolonial es una pedagogía para la liberación del pensamiento, para la emancipación occidental, para la construcción de nuestra identidad con autodeterminación, para el cultivo de valores comunitarios que fortalezcan el lazo social, para el reconocimiento de todos los seres vivos como importantes, rompiendo con el molde individualista, narcisista y antropocéntrico que nos heredo el colonialismo. La educación le corresponde cambiar a las personas que van a cambiar el mundo -diría Paulo Freire, en ese orden de ideas, la educación decolonial, se propone romper con los condicionamientos ideológicos y la imposición de representaciones, imágenes, ideas, creencias, valores y deseos característicos de la matriz colonial del poder y del capitalismo. Esto contribuiría en el proceso de la formación social y en la operación político-ontológica contrahegemónica.   

 

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