El malestar de la formación*
Hay temas, preguntas, que cada cierto tiempo recobran su relevancia y actualidad. Freud escribió y publicó en 1930 El malestar de la cultura en el cual nos habla de los antagonismos entre las inclinaciones del humano y los condicionamientos estructurales de la sociedad, en sus palabras: los antagonismos entre las pulsiones y la cultura. En realidad lo que Freud trata de establecer es un diagnóstico de su época en torno a los aspectos que nos subjetivan. Pues bien, con todo lo que ha sucedido casi cien años después: ¿cuál es el malestar en la actualidad?
En el
último medio siglo hemos asistimos a una serie de transformaciones globales y
locales que han conmovido los distintos niveles de la realidad humana. La
telemática y la revolución digital, la transfiguración de los valores
culturales, la licuefacción de las estructuras sociales (Bauman, 2003) y la
exacerbación de los signos modernos (Lipovetsky, 2006) están en la base de las
mutaciones del mundo contemporáneo y de su aceleración permanente. Dichos
cambios han conducido a una desorientación generalizada, principalmente, porque
las estructuras de mediación que servían de fundamento a la experiencia
moderna, han sufrido un proceso de fusión (pasan de sólido a líquido) o han
sido desplazadas. Este fenómeno de descentramiento institucional, que va desde
la familia hasta el Estado y el surgimiento de nuevos dispositivos -en el
sentido foucaultiano- con sus correspondientes modos de subjetivación, han
dejado a los individuos a expensas de sus propias fuerzas y capacidades.
En el
caso de la educación, la familia y la escuela como los espacios de la
socialización primaria, de la educación y la formación, son desplazados por
dispositivos del panóptico digital y esto ha puesto en suspensión el papel
social de sus agentes, es decir, de los padres, madres y maestros. Se pone en
suspensión la construcción simbólica en el mundo de la vida y con ello se
desgarra el entramado social y cultural y, los hilos que hilvanaban pasado,
presente y futuro. Entonces, se da paso a las estanterías físicas y virtuales
para la adquisición de, lo que Baudrillard (1969) denominaría, objetos-signos
de consumo. Es así como el saber, los deseos y el gusto que otrora eran
introspectivos y la expresión de una subjetividad en expansión, se convierten
en mercancías de supermercado.
El
saber, que era producto de la reflexión y autorreflexión, ya no está vinculado
al sentido sobre uno mismo y el mundo. En su lugar se cuantifican informaciones
varias en la forma de likes y comentarios de Instagram y Facebook como formas
de validación externa. Los deseos y el gusto ya no corresponden a esa
experiencia estética del mundo, sino son adquiridos según la calificación,
estrellas, comentarios y recomendaciones algorítmicas del cybermundo. Ahí el
descubrir y el descubrirse son menguados por la transparencia de la información,
por los simulacros de la identidad y la ilusión capitalista.
La
inmersión desde muy temprana edad a las lógicas y narrativas del sistema, esto
es: al consumismo, el individualismo y la correspondiente segmentación
mercadológica, como modos de identificación artificial y formas sofisticadas de
encierro en cámaras de eco que producen burbujas cognitivas, han llevado -por
utilizar una expresión de Byung Chul Han (2018)- a un exceso de positividad que
colapsa al yo por un sobrecalentamiento de lo idéntico, por un encierro en la
mismidad. No es de extrañarse que las patologías de nuestro tiempo sean
psicológicas y neuronales.
Las enfermedades neuronales como
la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH),
el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste
ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo.
Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad
de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. (Han,
2018, p. 13)
Ocasionados
por un exceso de yo. La sombra de este yo hiperinflado se proyecta, con todas
sus patologías, sobre la otredad, es decir, sobre el padre, la madre, los
hermanos, los amigos, compañeros, sobre el maestro y los consume -en la doble
acepción de consumar y aniquilar. Esta es la base de un tipo de violencia subjetiva
que inicia con la cosificación del otro y es una de las improntas de nuestro
tiempo que están en la base del malestar de la familia, de la escuela y de
nuestra cultura.
Todos estos
aspectos de la ontología de la formación subjetiva y social son parte del campo
problemático de la pedagogía. Reflexionar sobre ello es también una invitación
a estudiantes, maestros, padres o madres y en general agentes sociales
preocupados por nuestro presente, a resignificar la formación, por ejemplo, recuperar
el sentido clásico de la Paideia griega o la Bildung alemana, que
la entendían junto con la educación como un proyecto de sí mismo, como medio
para el cultivo de la subjetividad y la intersubjetividad, lo cual implicaría,
por principio, resarcir la urdimbre social, que es una de las necesidades
acuciantes de nuestro tiempo.
Referencias.
- Baudrillard, J. (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI
- Bauman, Z. (2003). Modernidad Liquida. México: Fondo de Cultura Económica.
- Han, B.C. (2018). La Sociedad del Cansancio. Barcelona: Herder. 2da ed.
- Lipovetsky, G. (2006). Los tiempos Hipermodernos. Barcelona: Anagrama.
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