El ensayo como un recurso escritural para la imaginación*
La escritura es uno de los inventos más
importantes y sobresalientes del ser humano. Con ella se acaba la prehistoria e
inicia la historia de nuestra especie. Es una de las formas más sofisticadas de
comunicación y expresión que enriquecen el universo simbólico; una de las
formas en las que se objetiva el lenguaje y, con ello los pensamientos, las
emociones, ideas, sentimientos, vivencias, recuerdos, conocimientos y
experiencias. Cada persona que decide hacer uso de la escritura, le imprime su
subjetividad y es por ello que abundan estilos, géneros, tipos, formas, ritmos
y recursos.
Uno de los géneros más versátiles y de
mayor riqueza literaria, que posibilita la intertextualidad y plasticidad
genérica y estilística, por lo tanto, que es difícil de clasificar o encasillar
-pese a que se le considera un género literario en sí- es el ensayo. Grandes intelectuales
han cultivado este tipo de escritura, empezando por el creador del género:
Michel Eyquem o mejor conocido como Montaigne, pasando por Kant, Nietzsche,
hasta pensadores y pensadoras de mayor actualidad como Emil Cioran, Simone de
Beauvoir, Hannah Arendt, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Carlos
Monsiváis, Carlos Fuentes, Michela Marzano, Eva Illouz, Jorge Volpi o Valeria
Luiselli.
Para los que estamos en el ámbito de las
ciencias humanas y sociales, el ensayo es un recurso o herramienta escritural para
abordar temas, problemas o cuestiones en un tono personal, pero siempre con un
rigor teórico que entreteje conceptos, ideas y razonamientos, con las
intuiciones, emociones, sentimientos y experiencias del propio autor, pues -como
menciona César Carrizales (2001)- “el ensayo es una forma de expresión que
implica autoría, es una combinación entre investigación e intuición” (p.11).
El ensayo es una representación
intelectual que expresa la realidad desde posibilidades no exploradas, una
representación que provoca cuestionamientos, polémicas, interrogantes,
disgustos, incomodidades y hasta aversión, ya que lo que domina en su exposición
es el riego y la aventura. Pareciera ser que el ensayista filosofa con el tema
o problema que está abordando, ya que se va a los límites de las
significaciones, para poner en duda las respuestas dadas y las certezas sobre las
que se edifica las concepciones del asunto.
En el ensayo, el autor se cuestiona
constantemente y pregunta lo que no se ha preguntado o plantea de otra manera,
lo que ya se preguntó, pero dichas cuestiones, nunca quedan resueltas
plenamente. La incompletud es su característica, pues en el trayecto se
formulan nuevas preguntas, así es que hay una resistencia al impulso de afirmar
algo como conclusión: siempre queda algo pendiente. Dice Carrizales (2001), “en
el ensayo se interroga cada vez que se quiere concluir. (…) Lo inconcluso es el
estado natural del ensayo” (p.12).
Desde este punto de vista, el ensayo es
una forma de escritura para la creación, la invención y el cultivo de la imaginación
que tendríamos que promover en la escuela, principalmente, en la universidad.
Referencias
*Publicado en: El ensayo: un recurso para la imaginación - Universidad Intercontinental (uic.mx)
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