ANTE UNA PLAZA A MEDIAS
Amanece en la ciudad de México, el clima es frío y
nublado. Los ánimos están confusos. Se puede respirar un aire festivo mezclado
con el olor a quemado de las tiendas de campaña que cubrían la explanada del
zócalo y el olor a petardos y bombas molotov que dos días antes explotaban en
las confrontaciones por el desalojo de la explanada, ocupada por maestros de
diferentes partes del país. “Saldo blanco” dijeron el secretario de
gobernación, seguido del comisionado nacional de seguridad y el jefe de
gobierno. Aunque la versión oficial, como siempre, en discordia con la visión
disidente, para los desalojados fue otro de los tantos actos de abuso e
injusticia.
En el campamento de los maestros,
ahora en el monumento a la Revolución, represión e impotencia son las palabras
que describen el (des) ánimo de los que se mantiene en la lucha.
Afortunadamente el día de ayer, en un acto de profunda compresión y conciencia,
algunas personas llevaron víveres y fueron a mostrar su apoyo y respeto; porque es
claro que después de tanto tiempo de manifestarse lejos del hogar, están
mermados en recursos y denuedo. Y es que a parte de luchar contra las
imposiciones del gobierno, sus reformas antidemocráticas y sufrir acciones de
coerción violenta, tienen que enfrentar el escarnio de una sociedad
estratégicamente polarizada, exacerbada y encolerizada contra ellos, esto gracias
a los medios que han jugado un papel medular,
fundamentalmente la televisión: ese monstruo que tiene la capacidad de
nublar la inteligencia y programar las mentes para que piensen lo que sus
dueños quieren; ese monstruo capaz de manipular las cosas a tal punto, que
puede hacer creer a las personas en las fantasías más irreales, a la vez, que
desaparece la realidad.
Se reúnen los maestros en
asamblea. El plan: “una marcha masiva desde la Estela de Luz al Monumento de la
Revolución” y realizar un grito alterno, aunque sus rostros son diluidos por el
desánimo y la frustración.
Al mismo tiempo, comienzan en la
plaza del zócalo los preparativos para el grito de la independencia y con éstos
un chipichipi intermitente. Un grupo de trabajadores montan bocinas, carpas y
vallas, mientras se despliega una impresionante cantidad de elementos de
seguridad: más de cuatro mil policías, 708 patrullas y un helicóptero del
agrupamiento Cóndores, para ‘preservar
el orden y la seguridad de los ciudadanos’, con el apoyo del Sistema de Cámaras
de Videovigilancia de los Centros de Comando y Control C2Sur, Norte, Centro,
Oriente y Poniente, además del Sistema Central C4i4 y el Centro Computarizado
de Control Vial, para detectar cualquier ‘acto que altere el orden público’.
Transcurre el día y empieza a llegar gente en camiones: vienen del Estado de México a ‘apoyar al presidente’, según dicen; también se ve rondar a los turistas. Comienza el espectáculo, la pantomima anual de nuestra independencia en este emblemático lugar de la ciudad, con tantas historias y farsas que contar. La llovizna cesa un momento.
Ahora solo faltan unos instantes para el grito, la fiesta está en su máximo esplendor, sin embargo, para sorpresa de todos, la plaza no se ha llenado, se distingue vacía en ciertas zonas; sólo acarreados, turistas y uno que otro despistado son los asistentes. Con todo y eso la fiesta tiene que seguir.
El presidente sale al balcón del palacio de gobierno. Se suelta la lluvia, algunos corren a resguardarse en los arcos, se observan más los huecos; y así empieza el tradicional grito, ante un zócalo a medias, reflejo claro de lo sucedido, signo de una sociedad polarizada a la que una parte le gusta el espectáculo y la otra está harta de la farsa; reflejo también de todo lo que implica este gobierno: acarreados y mentiras…
-¡Viva México!... Se escucha acompañado del eco de una plaza a medias
Haber mañana que dicen los medios. ¡No importa!, lo
sucedido hoy, simbólicamente lo trastoca todo, al menos para los que lo
presenciamos…
Escrito en la tarde del 14 y la mañana del 15 de Septiembre
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